El número de personas con demencia está creciendo rápidamente en todo el mundo. Y la forma más común de demencia, que es el Alzheimer, ya supone entre un 60% y un 70% de esos casos. No lo decimos nosotros, sino la OMS (Organización Mundial de la Salud), que llama la atención sobre una enfermedad que se ha convertido ya en una de las principales causas de discapacidad y dependencia entre las personas mayores por todo el planeta.
En ese contexto, conviene tener en cuenta que la mayoría de los cuidadores de las personas que padecen Alzheimer son sus propios familiares, que añaden al desgaste normal que sufre cualquier persona que realiza esta labor el desgaste emocional de ver el empeoramiento gradual de su ser querido. En la etapa temprana de la enfermedad, se aprecian pequeños olvidos en la persona que la padece y algunos problemas para reconocer dónde está. Luego comienzan los problemas para comunicarse y empiezan a necesitar ayuda para asearse y cuidarse a diario. Finalmente, la dependencia y la inactividad se hacen casi totales.
La demencia afecta a nivel mundial a unos 50 millones de personas, pero se prevé que ese número alcance los 82 millones en 2030 y los 152 millones en 2050. Es un mal que no deja de crecer, teniendo en cuenta que no hay ningún tratamiento que pueda curar la demencia o que permita revertir su evolución progresiva. Sin embargo, sí se puede actuar para apoyar y mejorar la vida de las personas con demencia y sus cuidadores y familias.
¿Cómo? En primer lugar, a través de un diagnóstico precoz que permita un tratamiento óptimo; para desde ahí detectar y tratar síntomas conductuales y psicológicos problemáticos; y, por supuesto, proporcionar información y apoyo a largo plazo a los cuidadores y familiares, que pueden sentirse abrumados en numerosas ocasiones. Existen diferentes presiones físicas, emocionales y económicas que les pueden causar mucho estrés, y por ello necesitan recibir apoyo por parte de los servicios sanitarios, sociales, financieros, jurídicos…
No es de extrañar, por tanto, que la OMS haya establecido que la demencia es una prioridad de salud pública. En 2015, su coste social, a escala mundial, se calculó en 818.000 millones de dólares, en torno al 1,1% del PIB mundial. Es, por tanto, necesario que se tome conciencia desde los poderes públicos, desde los propios estados, de la importancia de actuar ya.
Diversos estudios han demostrado que se puede reducir el riesgo de padecer demencia haciendo ejercicio con regularidad, no fumando, evitando el uso nocivo del alcohol, controlando el peso, tomando una alimentación saludable y manteniendo una tensión arterial y unas concentraciones sanguíneas adecuadas de colesterol y glucosa. Son formas de prevención necesarias, pero es necesario invertir de forma clara en investigación que permitan obtener tratamientos que funcionen. De lo contrario, el mal que suponen la demencia y el Alzheimer seguirá creciendo y generando un daño continuo a todos aquellos que se topan con estas enfermedades, tanto pacientes como cuidadores.
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